Guido d´Arezzo y la invención del tetragrama
Guido d’Arezzo (992-1050) fue un monje italiano que cambió para siempre la forma de aprender y enseñar música. Vivió en una época donde la música religiosa era muy importante, ya que ayudaba a que la gente, aunque no supiera leer, aprendiera los rezos y mensajes de la Iglesia a través del canto.
¿Quién era Guido d’Arezzo?
Guido vivía en monasterios donde los monjes dedicaban gran parte de su tiempo al canto gregoriano. Este tipo de música, sencillo pero solemne, era parte fundamental de las misas y oraciones diarias. Enseñar a los nuevos monjes a cantar era un gran reto: ¡tenían que memorizar más de 400 canciones! Por eso, Guido buscó una forma de hacerlo más fácil.
Sus dos grandes inventos
- El tetragrama:
Antes de Guido, las melodías se transmitían de memoria o con signos muy básicos. Guido añadió cuatro líneas paralelas (el tetragrama) para colocar las notas, indicando si los sonidos eran más altos o más bajos. Este sistema fue el inicio de la notación musical moderna y permitió que las canciones pudieran ser escritas y leídas de forma precisa. - Las notas musicales:
Para ayudar a los monjes a recordar las melodías, Guido creó un sistema basado en el himno Ut queant laxis, dedicado a San Juan Bautista. Cada línea del himno comenzaba con una sílaba diferente: Ut, re, mi, fa, sol, la. Estas sílabas se usaron para nombrar los sonidos de la escala musical. Más tarde, se añadieron las notas «si» (por Sancte Ioannes) y «ut» fue reemplazada por «do», porque era más fácil de pronunciar.
El himno decía:
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- Ut queant laxis
- Resonare fibris
- Mira gestorum
- Famuli tuorum
- Solve polluti
- Labii reatum
- Sancte Ioannes
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El impacto de sus ideas
Gracias a Guido, los monjes aprendían las canciones más rápido, y estas podían ser compartidas con otros monasterios. Aunque al principio algunos rechazaron sus ideas, con el tiempo, su método se extendió por toda Europa, transformando la enseñanza musical en las iglesias y monasterios.
Además, escribió un libro llamado Micrologus, que explicaba cómo usar el tetragrama y el sistema de solmisación (el nombre de las notas). Este libro se convirtió en una referencia para todos los maestros de música de la época.
Un legado para la historia de la música
Hoy en día, seguimos usando muchas de las ideas de Guido d’Arezzo. Su trabajo no solo ayudó a que la música religiosa fuera más accesible, sino que sentó las bases para la notación musical que usamos en todos los estilos de música. Sin duda, Guido fue un genio que adelantó su tiempo y dejó una huella imborrable en la historia de la música.
Guido d’Arezzo (ca.992-1050) fue un monje benedictino que vivió a principios del siglo XI. Residía en la abadía de Pomposa y luego se estableció en la catedral de Arezzo (Italia). Allí se le encomendó la tarea de ser maestro de música es decir, estar a cargo del grupo de monjes dedicados a cantar los rezos de las misas y las horas canónicas.
Cantar en el coro, junto con la copia e ilustración de manuscritos en los scriptorium, eran las ocupaciones mejor consideradas de las órdenes monásticas, porque para ello había que saber leer y escribir, lo que era un lujo al alcance de muy pocos en aquella época. Otras ocupaciones en los monasterios eran encargarse del ganado, recolectar manzanas, fabricar vino, limpiar las jaulas de gallinas o ser ayudante en la cocina.
Aunque todos los monjes tenían que saber cantar, los que mejor cantaban eran los encargados de interpretar los rezos más difíciles o las partes solistas que eran muy melismáticas. Tenían que cuidarse la voz, por lo que ensayaba en estancias caldeadas con chimenea y descansaban cada hora y media, para no forzar la garganta. La mayoría de los fieles no sabía leer, por lo que el canto gregoriano era la única forma para que todo el mundo aprendieran de memoria el catecismo. Por esta razón en las catedrales o en los monasterios se tomaban muy en serio todo lo relacionado con el canto. La música tenía la importante función de hacer accesible la doctrina de la Iglesia al pueblo.
Este himno se traduce así: «Para que tus siervos, puedan volver a cantar, debidamente la maravilla de tus obras, limpia nuestros labios manchados por el pecado, ¡oh San Juan!». Para algunos autores se trata de un himno que los cantantes de la época dedicaban a San Juan para que les protegiese de la afonía.
¿De dónde sacó Guido d’ Arezzo los nombre de las notas?
Cada una de las notas musicales coincide con la primera sílaba de cada unos de los versos del himno Ut quaeant laxis dedicado a San Juan. Los versos en latín comienzan con las sílabas Ut, re, mi, fa, sol, la. La melodía de Guido daba a la primera sílaba de cada verso un sonido diferente, que coincidía con los sonidos de la escala.
En 1489, Bartolomé Ramos de Pareja (teórico musical) añadió la nota Si tomando las iniciales del santo (Sancte Iohannes). Con el paso del tiempo la nota Ut se sustituyó por el Do por razones fonéticas.
Con este sencillo método facilitaba la enseñanza y la lectura de las melodías del canto llano o gregoriano y se aprendía a cantar con facilidad. Era una especie de solfeo más o menos como el que usamos todavía en la actualidad. El método de solmisación guidoniano, que es como lo denominaron entonces, logró tal popularidad que, en el siglo XIII, los maestros cantores de todos los monasterios e iglesias cristianas de Europa enseñaban con el.
La otra importante novedad que introdujo este monje fue uso de la pauta. La pauta eran las líneas horizontales y paralelas que permitían colocar las notas sobre las líneas o en los espacio dentro de un tetragrama. Fue Guido d`Arezzo quien estableció el uso de 4 líneas (tetragrama) como base para la escritura musical.
Guido Arezzo murió en el año 1050. Del monasterio de Pomposa su ciudad natal le expulsaron en su juventud porque tenía unas ideas demasiado innovadoras en los temas de la teoría musical y de la notación. En esa época cualquier cambio de la tradición estaba muy mal visto. El caso es que, con el tiempo, sus experimentos e innovaciones en la pedagogía del canto hicieron de él uno de los más celebres maestros de la Edad Media. Nos dejó varios tratados musicales, el más importante se denomina Micrologus. Antes de morir obtuvo un reconocimiento del papa de entonces: Juan XIX, lo que le llenó de orgullo.